Difundiendo las palabras, o cómo la compra de libros se ha convertido en un acto de generosidad
Siguiendo la tradición napolitana del Caffé Sospeso, o Café Pendiente, los italianos han acogido ahora un nuevo concepto llamado Libro Sospeso, que consiste en comprar un libro y ofrecer otro como regalo anónimo.
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En la librería de di Canio, Silvia Romeo dejó como Libro Sospeso un ejemplar de La vida ante sí de Romain Gary, que calificó como “uno de esos libros que influyen en tu experiencia”.

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La idea fue también emulada por La Feltrinelli, la mayor cadena de librerías de Italia, que lanzó una campaña de Libro Sospeso entre el 23 de abril y el 5 de mayo, y cuyo resultado ascendió a 1.440 libros pendientes.

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En diversas librerías de toda la península italiana, cuando un cliente compra un libro, se le ofrece la posibilidad de comprar otro


Por Cynthia Hekman

“Cuando una persona napolitana está contenta, por el motivo que sea, en lugar de pagar solo el café que se va a beber, paga dos: el suyo y otro para la siguiente persona que entre en el bar. Es como invitar a café al resto del mundo”.

 

Así es como el libro Il Caffe Sospeso, del escritor napolitano Luciano De Crescenzo, describe la costumbre de dejar un café pendiente o “suspendido”, un bonito gesto que comenzó durante la Segunda Guerra Mundial, fruto de la mezcla milenaria de hospitalidad sureña, pobreza y el arte di arrangiarsi (el arte de arreglárselas) que caracteriza la vida diaria en esta ciudad caótica, la tercera de Italia.

 

La pasada primavera, cuando unos cuantos libreros locales probaron a hacer lo mismo con libros —llamándolo Libro Sospeso (Libro Pendiente)—, la idea se extendió por las redes sociales y se convirtió en un fenómeno nacional, en un país donde los niveles de lectura se cuentan entre los más bajos de Europa. En diversas librerías de toda la península italiana, cuando un cliente compra un libro, se le ofrece la posibilidad de comprar otro para la siguiente persona que entre y escribirle una dedicatoria en un Post-it.

 

Por lo general, se saca una foto del libro que se va a regalar y se cuelga en la página de Facebook de Libro Sospeso de la librería antes de que el afortunado receptor se lo lleve a casa. “Me alegré mucho de recibir el libro porque es señal de que alguien se preocupa de mí”, cuenta Antonio Langone, un chico de 14 años de la localidad de Polla, que quiere ser profesor de mayor. “Me encanta leer. Es mucho mejor que ver la televisión, porque te metes en la cabeza del personaje”.

 

Los padres de Langone son clientes habituales de la librería Ex Libris Café de Polla, fundada por Michele Gentile en 1985, donde esta nueva moda parece haber comenzado. (Una librería de Palermo creó un Libro Sospeso en 2010 pero, por alguna razón, no tuvo éxito). Gentile dice que le cuesta mucho atraer a clientes a su tienda, situada a una hora en coche de Salerno, debido al tamaño reducido de Polla —cuya población es de tan solo 5.000 habitantes—.

 

Gentile decidió crear un Libro Pendiente el 20 de marzo de 2014, cuando Nielsen publicó las últimas estadísticas sobre los niveles de lectura en Italia, que daban unas cifras pésimas. El número de adultos que decían haber comprado un libro había descendido de un 49% en 2011 a un 43% en 2013. “No pude ignorarlo”, afirma.

 

“La gente ve el Libro Sospeso como un gesto de generosidad, y lo es. Pero mi objetivo era atraer la atención sobre un verdadero problema”. Gentile centró la iniciativa en los niños, ya que el hábito de la lectura se adquiere en la infancia. Su idea fue difundida en los medios locales y se extendió a otras librerías del sur del país.

 

Algunas de ellas las dirigen a lectores adultos y otras a lectores más jóvenes. “Empezamos en marzo”, dice Fabrizia Gioiosa, de la librería Kiria de Potenza, la capital de Basilicata. “Pocos días después de que salieran los reportajes sobre Polla, uno de nuestros clientes habituales entró y nos dijo que quería hacer lo mismo. El libro era Libertad de Jonathan Franzen.

 

Alguien se lo llevó, y así empezamos”. Esa misma semana, a cientos de kilómetros, ocurrió lo mismo en la pequeña librería Il Mio Libro, de Cristina di Canio, situada en una calle tranquila de Milán, donde el lujoso centro de la ciudad empieza a ceder el paso a zonas periféricas más pobres. Un nuevo cliente entró a la tienda para una firma de libros y, al irse, compró un ejemplar de David Golder de Irène Némirovsky, diciendo que le había gustado mucho y que quería regalárselo al siguiente cliente.

 

Cuando di Canio entregó el libro a la siguiente persona que entró en la tienda, una clienta asidua llamada Mechela, a esta le hizo tanta ilusión que preguntó si ella podía hacer lo mismo a su vez. “Fue entonces cuando me di cuenta de que algo estaba sucediendo”, explica di Canio. “Y pensé: tengo muchas ganas de contárselo a la gente”.

 

Buscó el hashtag en Twitter pero no encontró nada, así que enseguida creó el de #librosospeso. La idea no tardó en difundirse por las redes, llegando a hacerse viral, con más de tres millones de impresiones en Twitter. Desde entonces, Il Mio Libro ha tenido 300 libros pendientes. La idea fue también emulada por La Feltrinelli, la mayor cadena de librerías de Italia, que lanzó una campaña de Libro Sospeso entre el 23 de abril y el 5 de mayo, y cuyo resultado ascendió a 1.440 libros pendientes. Asimismo, el concepto se fue extendiendo a otros objetos.

 

Panaderías de Parma, Trieste, Nápoles, Padua y Brescia permiten actualmente que sus clientes regalen “Pane Sospeso”, una barra de pan para el próximo cliente. En la librería de di Canio, Silvia Romeo dejó como Libro Sospeso un ejemplar de La vida ante sí de Romain Gary, que calificó como “uno de esos libros que influyen en tu experiencia”. Ella también recibió un libro de la periodista italiana Daria Bignardi gracias a un donante anónimo. Según Silvia, es un libro que jamás habría elegido ella misma, pero le gustó tanto que incluso lo leía en el metro.