Las ‘hamadoras’ que le secaron las lágrimas a El Salado
El pueblo en donde ocurrió una de las masacres más crueles de la historia de Colombia se dedica a hacer un híbrido entre hamaca y mecedora. 
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Recostado plácidamente en una de las hamadoras que hizo con sus propias manos, Nilson Oliveros (camiseta azul) dice que hizo una buena elección cuando decidió retornar a su pueblo, tras seis largos años de ausencia.

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Las hamadoras, según Nilson Oliveros, llegaron a El Salado, como una bendición divina, que ha dado pie hasta para que la prole siga multiplicándose. Aquí, con su hija menor, de tan solo 4 años de edad. Su compadre Nairo Catalán, lo observa.

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Máxima concentración es lo que hay que tener, según Nairo  Catalán, para poder elaborar una hamadora con todas las de la ley. El proceso de enrollar el plástico es definitivo para que el producto salga de una óptima calidad.


Por Juan Carlos Díaz M.* - diajua@eltiempo.com

Lo que más le gusta a Nilson Oliveros del nuevo ‘invento’, en el que trabaja junto con otros habitantes de El Salado, es el componente idílico que encierra su nombre: ‘La hamadora’. “Fíjese usted, como la ‘h’ no suena, el que escucha el nombre por primera vez puede pensar que es algo relacionado con el amor y la pasión, y al final de cuentas creo que este ‘aparatejo’ tiene un poco de esas cosas”, dice el hombre de 38 años.

Oliveros habla con alegría, algo que ha servido como bálsamo para cicatrizar las heridas que dejó la guerra en este pueblo del departamento de Bolívar, en una región conocida como los Montes de María. Las calles de El Salado fueron escenario de uno de los sucesos más cruentos del conflicto actual en Colombia.

En febrero del 2000, unos 50 paramilitares (grupos irregulares de derecha) reunieron al pueblo en la cancha de fútbol frente a la iglesia y fueron asesinando, uno a uno, a 66 miembros de la comunidad, mientras tocaban gaitas y tambores, y algunos jugaban fútbol con las cabezas de sus víctimas. Esto hizo huir por años a los que sobrevivieron.

A tres cuadras de ese lugar queda ahora el ‘taller de los artesanos’, donde Oliveros y sus amigos elaboran con sus manos el híbrido entre hamaca y mecedora, que han llamado ‘hamadora’. “Muchas de las personas que vienen aquí piensan que nos van a encontrar lamentándonos, pero ya estamos cansados de tanto llorar; ahora nos toca echar pa'lante”, dice Oliveros, un hombre moreno, de cabello crespo y ojos rasgados, quien perdió a un sobrino, de apenas 24 años, en la masacre.

Para él, Nairo Catalán, Albert Padilla, Xavier Mena, Manuel Garrido y Blas Romero, quienes trabajan en el taller, este episodio hay que desterrarlo de la mente, no de la memoria, y para ello han puesto empeño, alma, vida y corazón en las ‘hamadoras’. Para esto conformaron la sociedad llamada Hamescol, encargada de la elaboración del producto.

La ‘hamadora’ nació en el 2010 gracias al galardonado arquitecto Simón Hosie, quien diseñó la casa de la cultura de El Salado para los habitantes que regresaron tras la masacre, gracias al apoyo de fundaciones y el Gobierno. “El arquitecto hablaba mucho con nosotros, nos preguntaba de todo; caminaba las calles y visitaba las casas. De pronto se dio cuenta de que en cada una de ellas había una mecedora metálica y una hamaca.

De ahí nació la idea y el nombre”, relata Nairo Catalán. Ya con la idea en la cabeza, Hosie invitó a unos habitantes a unirse al proyecto. Al principio había cierto escepticismo, pero 11 asistieron. Uno de ellos fue Oliveros, quien había regresado al pueblo tras seis años de ausencia. “Me fui para Cartagena con mi familia.

Vendí mercancías, pero no me alcanzaba el dinero para vivir y quería volver a mi tierra. Allí tenía mi casa y no pasaba trabajo”, recuerda. Fueron dos años de reuniones y de perfeccionamiento del proyecto; de los once quedaron los seis que hoy conforman la empresa, que se cristalizó cuando llegaron al pueblo los primeros equipos de soldadura para armar la estructura metálica. Entonces, un instructor les enseñó a hacer los moldes y otros, a tejer el plástico que envuelve la silla.

Las primeras ‘hamadoras’ tenían problema de balance y les tocó viajar a Bogotá a perfeccionar el diseño. Durante dos meses hicieron pruebas y lograron que se mecieran sin problema. “Cuando eso sucedió fue como si nos hubiésemos encontrado una mina de oro. Nos pusimos muy contentos y fue en realidad cuando comprendí que teníamos algo que nos iba a cambiar las vidas”, sostiene Oliveros.

Desde que comenzaron a fabricar las ‘hamadoras’, que cuestan 360.000 pesos, han tenido éxito. En una feria artesanal en Bogotá vendieron las 80 que llevaron y les encargaron otras 20. Recientemente, el hotel Cartagena Plaza compró otras 16, y la Fundación Éxito de Medellín les encargó 30 más, mientras que la ONU les cambió maquinarias por 100.

Tienen entre sus clientes hasta famosos cantantes como Carlos Vives y al propio presidente Juan Manuel Santos, quien ha adquirido tres. Todos siguen siendo los campesinos de siempre, que no han dejado de visitar todas las mañanas sus pequeños cultivos, pero ahora el campo es su segunda opción de vida, más cuando la sequía acosa la región.

“Con las ‘hamadoras’ no sufrimos porque no ha llovido o porque llueve mucho, y aunque nunca dejaremos de ser campesinos, pensamos que este trabajo puede ser el futuro de nuestros hijos e, incluso, de todo el pueblo”, afirma Oliveros, quien agrega que los jóvenes y las mujeres están interesados en aprender a fabricarlas. “Vamos a seguir innovando para que el principal beneficiado sea nuestro pueblo, que tanto ha sufrido”, vaticina Oliveros. Y afirma que las ‘hamadoras’ sí tienen bien puesto ese nombre que tanto le gusta. “Ya lo hemos probado, y les aseguro que es la mejor receta para el amor eterno”.

  * Periodista EL TIEMPO​