Sacar la basura, del mar
El niño prodigio holandés Boyan Slat ha superado grandes retos —entre ellos su tierna edad— y mantenido a flote su idea innovadora para limpiar los océanos. Tras ganarse el apoyo de numerosos expertos, su fundación, The Ocean Cleanup [La limpieza del océano], tiene un plan para eliminar toneladas de desechos plásticos de los mares. 
texto alternativo

El niño prodigio holandés Boyan Slat.

texto alternativo

El niño prodigio holandés Boyan Slat.

texto alternativo

El niño prodigio holandés Boyan Slat


Por Christopher F. Shuetze

Cuando, a sus 16 años, el joven holandés Boyan Slat vio cantidades alarmantes de plástico flotando en el Mar Egeo durante sus vacaciones familiares en Grecia, en 2011, pensó —como pensaríamos muchos— que había que hacer algo al respecto.

Pero, a diferencia de la mayoría de nosotros, Slat ha ingeniado una posible solución. “Cuando me pongo a trabajar en algo, no paro hasta que lo termino”, asegura Slat durante nuestra conversación en las oficinas de The Ocean Cleanup, la organización sin ánimo de lucro que fundó para eliminar el plástico de los océanos del mundo, con sede en Delft.

Después de ver los desechos en las aguas griegas, Slat y un compañero suyo se embarcaron en un proyecto para el instituto, que consistía en intentar medir la polución por plástico en el Mar del Norte. Aunque el ejercicio no aportó muchos datos de utilidad —la herramienta de medición que los adolescentes construyeron se rompió debido a las corrientes marinas— sí les mereció una buena nota y una mención en un pequeño periódico de Delft.

Un organizador del TEDx Talk local le pidió a Slat que presentara sus hallazgos, lo cual le animó a desarrollar su idea: en lugar de pescar el plástico de forma activa, usando redes, propuso un sistema de limpieza pasivo que aprovecha el movimiento de las corrientes y del viento para atrapar los desechos a medida que flotan contra una barrera.

Su charla tuvo una buena acogida y, desde entonces, ha reunido a un equipo de casi 100 expertos —ingenieros y biólogos marítimos, expertos en jurisdicción marítima, ecologistas— para probar, optimizar y desarrollar su sistema. Muchos de ellos colaboran desinteresadamente, mientras que un equipo de 10, holandeses en su mayoría, trabaja a jornada completa supervisando y coordinando el proyecto.

La solución consiste en dos vigas flotantes en forma de V que se sumergen en el agua hasta unos tres metros de profundidad, capturan el plástico que flota hacia ellas sin dañar la fauna marina y lo canalizan hacia una plataforma de extracción que funciona con energía solar.

El objetivo es tener el sistema instalado para el año 2020 a medio camino entre California y Hawái, cerca de la isla de basura del Pacífico Norte. El artilugio, cuyo coste se estima en unos 300 millones de dólares (33 veces más barato que usar naves con redes, según Slat), tiene una extensión de aproximadamente 100km. El mismo sistema podría replicarse en otros lugares.

Al reunir a un equipo para construir este aparato, en esencia una versión sofisticada de una aspiradora y un recogedor, Slat ha demostrado el poder que puede tener un principiante decidido y dispuesto a pedir ayuda a las personas apropiadas. Slat dice haber enviado unos 13.000 correos electrónicos tan solo en el último año.

“Cuando un joven de 17 años viene a contarte su plan, resulta bastante chocante porque esto lo han intentado ya muchos”, explicaba el Dr. Santiago García Espallargas, de la facultad de ingeniería aeroespacial de la prestigiosa Universidad Técnica de Delft.

Slat había asistido a una de las ponencias de García en la universidad, donde le presentó su idea durante la sesión de preguntas y respuestas. “Su vocabulario sobre el tema no estaba muy desarrollado, como es natural”, señaló García. “Pero se mostró totalmente abierto a explorar cosas que desconocía. … Ahí estaba ese estudiante jovencísimo con unas ideas capaces de cambiar el mundo”.

En cuanto el proyecto de limpieza de Slat empezó a tomar forma y a captar la atención de los medios, los expertos comenzaron a llamar a su puerta. “Quienes más entusiasmo tienen por colaborar son los testigos directos del problema, como los marineros y los buceadores”, cuenta Jan de Sonneville, el principal ingeniero de The Ocean Cleanup.

Aunque los cálculos varían, Greenpeace estima que 10 millones de toneladas de plástico acaban en el océano cada año. Un ochenta por ciento proviene de tierra firme y el resto de barcos comerciales que pierden su cargamento o que lo tiran al mar ilegalmente. Empujado por las corrientes, el plástico tiende a acumularse en grandes parches en altamar. El mayor de ellos es el Gran Parche de Basura del Pacífico, cuyo tamaño equivale al del estado de Texas, según Greenpeace. Además de afectar a aves, mamíferos y peces que se tragan el plástico o mueren enredados en él, la basura acaba descomponiéndose en fragmentos, creando una sopa tóxica que se introduce en la cadena alimentaria.

El proyecto de Slat también ha generado cierto escepticismo. Una de las mayores críticas es que las vigas en V no podrán cazar los fragmentos más pequeños. (De Sonneville señala que, aun así, capta el plástico antes de que se descomponga). En primavera, The Ocean Cleanup publicó un estudio de viabilidad de 530 páginas en el que se exponen en detalle los retos y las soluciones de su propuesta, desde las implicaciones legales de anclar un extractor de basura en el Pacífico hasta las maneras de reciclar el plástico hallado.

En el momento de este escrito, el grupo había recaudado ya casi un 70% de la suma propuesta en su último crowdfunding: dos millones de dólares. Ese dinero, junto con donaciones en especie —tales como el uso gratuito de equipo especializado u horas de trabajo por parte de ingenieros expertos— irá destinado al estudio piloto, que incluirá varios modelos a escala del sistema.

Aunque la juventud de Slat ha dado mucho que hablar, a él no le parece nada raro estar organizando un proyecto tan ambicioso. “No es que planeásemos usar [mi edad] como estrategia publicitaria”, explica. Pero sí reconoce que le ayudó a acceder a expertos durantes las primeras fases. “Si tuviera 40 años, creo que habría sido mucho más difícil”.