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Kitcel
Ante esta situación Marissa Cuevas Flores, una joven ingeniera en energías renovables de la Universidad de Berlín, decidió que debía hacer “algo” con esa basura, especialmente con la espuma de poliestireno mejor representada por las populares tasas, platos y platones desechables.
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Marissa Cuevas Flores, utiliza los desechos de poliestireno expandido para hacer barniz.



Por José Carreño Figueras / Excelsior

En el mundo moderno hay pocas cosas más omnipresentes, aunque invisibles, como las que se elaboran con espuma de poliestireno, también conocido como Unicel o Poliestireno Expandido, un material que es poco costoso, ligero y que se usa para fabricar tasas, platos y charolas o bandejas o para rellenar las cajas con productos electrónicos.

Sin embargo su proceso de biodegradación tarda décadas o siglos. Aquí estamos hablando de un material que actualmente es consumido en grandes cantidades, sin embargo, sus métodos disponibles para desecharlo siguen pareciendo angustiosamente atrasados. Ante esta situación Marissa Cuevas Flores, una joven ingeniera en energías renovables de la Universidad de Berlín, decidió que debía hacer “algo” con esa basura, especialmente con la espuma de poliestireno mejor representada por las populares tasas, platos y platones desechables.

El resultado de su esfuerzo fue el KITCEL, como ella denominó al producto que elaboró con desechos de poliestireno expandido. Se trata de un barniz biodegradable de colores, que no causa daño al medio ambiente, que huele bien y que además transforma totalmente la espuma del poliestireno a precios comercialmente competitivos. Un litro de la variedad más cara de este barniz hecho al gusto del cliente, “Custom made”, cuesta 170 pesos (menos de 12 dólares).

Cuevas Flores prefirió no divulgar sus costos de fabricación, sin embargo hizo notar que el uso de solventes naturales en el proceso resulta “mucho más costoso que los clásicos solventes de barniz”. En la actualidad está produciendo unos 60 litros de pintura al día. Pero con la ayuda de un nuevo “reactor” adquirido a través de un sistema de financiamiento colectivo (crowdfunding) del grupo Fondeadora, Cuevas espera alcanzar una producción de 250 litros cada tres horas.

“La idea es luminosa”, dijo al respecto Fanny Villiers, directora de “Fondeadora”, insitución con la cual Marissa ha podido captar un financiamiento de casi 80 mil pesos (unos cinco mil dólares) para su proyecto “reactor” de KITCEL. Pero el problema no radica en la materia prima ya que tan solo en 2013 se consumieron en México hasta 619 mil 685 toneladas de poliestireno. El problema radica en que el material es tan ligero y tan maleable que un solo kilo puede ser muy voluminoso y muchos no saben qué hacer con él.

Treinta embarques de espuma de poliestireno se convierten, una vez tratados, en un litro de barniz. Lo cual significa que hay mucho trabajo por hacer y que Cuevas, como ella misma dice, ha empezado a pensar más en otros productos adicionales como pegamentos, pinturas orgánicas, papel y laminado de tela a base de poliestireno. “El laboratorio es mi vida”, dijo. Pero su campo de trabajo es muy amplio. De los 13 mil 500 millones de piezas de poliestireno que son utilizadas cada año en México, apenas se recicla menos del 2 por ciento. Lo cual corresponde, según las estadísticas, al 15 por ciento de los residuos de productos en el país. Lo irónico de todo esto es que “no es más que aire...el 95 por ciento es aire”, dice Cuevas Flores.

Hasta el momento, la mayoría de los procesos de reuso consisten en moliendas para transformar estos residuos en otros productos, como por ejemplo granulados que pueden ser moldeados al interior de otros objetos o cosas, o que sirven para rellenar el aislamiento de los edificios. Sin embargo cada vez hay más y más espuma de poliestireno. Según el Instituto Nacional de Ecología (INECC), “en México se generan 102 mil 895 toneladas de desechos sólidos municipales al día, de tal manera que la generación de espuma de poliestireno se calcula en 1 mil 698 toneladas diarias y en 619 mil 685 toneladas al año”.

A Cuevas la inspiración le llegó después de que leyó el estudio de un investigador de la universidad sobre un proyecto incompleto de investigación sobre el reciclaje de espuma de poliestireno. “Fue entonces cuando me di cuenta de que yo podía hacer algo” y de que el título de maestría podía esperar. Y rápidamente empezó a hacer experimentos en el techo de su casa.

Al día de hoy KITCEL, su pintura biodegradable para interiores en siete colores y con aromas de pino, limón y naranja, empezó a ser enviada a algunos mercados populares de México y todavía se le puede describir como un producto hecho a mano. “Se vendió inicialmente en botes de mermelada”, recuerda. Las ventas son pocas todavía, pero la creciente divulgación del producto y la creciente necesidad de deshacerse de los desechos de poliestireno se han combinado para ayudar a Marissa quien todavía sigue realizando su pequeño reciclaje en el taller.